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tema 5

5. La Conversión

tema 5
Objetivo

Experimentar la llamada incesante de Dios, para que conscientes de su sacrificio por nosotros, deseemos convertirnos y recibamos su perdón.


Orientaciones del Magisterio
  • Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva. CEC 1427

  • La llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación" (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10). CEC 1428

  • El corazón del hombre es torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10). CEC 1432

  • La contrición: Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es "un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar" (Concilio de Trento: DS 1676). CEC 1451

  • Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama "contrición perfecta"(contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales, si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental (cf Concilio de Trento: DS 1677). CEC 1452

  • La contrición llamada "imperfecta" (o "atrición") es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia (cf Concilio de Trento: DS 1678, 1705). CEC 1453

  • Conviene preparar la recepción de este sacramento mediante un examen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios. CEC 1454

  • La confesión de los pecados (acusación), incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro. CEC 1455


Desarrollo del tema

Piensa unos momentos en la siguientes preguntas:

  1. ¿Cómo podría sentirse un padre/madre que ve marcharse a su hijo/hija de casa?

  2. ¿Cómo crees que se siente Dios cuando se alejan sus hijos?


Medita en los siguientes textos bíblicos (junto a la cita se agregó una pequeña exégesis del Magisterio a manera de orientación).


1. El orgullo y la mentira que llevan a una falsa libertad

Lucas 15, 11-19

La fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en la que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos.


2. Un padre nunca se olvida de su hijo

Lucas 15, 20-24

El arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino de retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. Las mejores vestiduras, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia.


3. Dios nos busca a pesar de nuestra condición

Lucas 19, 1-10

Así ha de ser nuestra búsqueda de Dios: sin falsa vergüenza ni miedo al qué dirán.

Al final, su correspondencia a la gracia. Con el propósito de devolver el cuádruple de lo que podía haber defraudado, cumple la Ley de Moisés (cfr Ex 21,37), y además entrega la mitad de sus bienes.


4. Dios nos creó libres y espera que libremente vayamos hacia Él

Sirácida 15, 11-21

Quiso Dios “dejar al hombre en manos de su propio albedrío” (Si 15,14), de modo que busque a su Creador sin coacciones y, adhiriéndose a Él, llegue libremente a la plena y feliz perfección.

La Ley de Dios no coarta la libertad humana, pues no limita su capacidad de elección, sino que enseña a utilizar con provecho el libre albedrío. Los mandamientos del Señor protegen la verdadera libertad.

Porque Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas. Sus mandamientos no son pesados (1 Jn 5, 3), su yugo es suave y su carga ligera (Mt 11, 30).


5. El vino nuevo de la vida en el Espíritu

Mateo 9, 16-17

La conversión exige odres nuevos: una penitencia interior más profunda, una renovación, y quien la reciba de este modo comprobará que esa doctrina es como el vino añejo, es decir, «mejor», y no querrá volver a su vida anterior. Es así como la nueva gracia de Dios renovó todo lo carnal en espiritual, limpiando completamente todo lo antiguo.

Nosotros somos aquellos contenedores de la gracia divina que nos conduce por un camino de santidad a imitación de nuestro Señor Jesucristo y nos lleva hacia la felicidad eterna.

Renacer a una vida nueva implica: humildad para reconocer mis errores, renunciar al pecado, arrepentimiento, pedir perdón (confesión), perdonar al prójimo, confiar en Dios y obedecerle.


Para finalizar


Se realiza la siguiente oración:


Te doy gracias Padre, porque me amas a pesar de mis caídas, porque vienes a mi encuentro para sanar mis heridas. Te pido perdón por todas las veces que te he despreciado, ofendido, y por las veces que me he alejado de tu amor y tu ternura.

Señor Jesús, me invitas a cambiar de vida, a renacer en Ti. Sabes que soy un odre que ha pasado por muchas circunstancias: he intentado muchas veces contener un vino que no era el mío, vivir de apariencias, falsa felicidad, falsa libertad, sueños y placeres pasajeros, que a la larga me han llenado de insatisfacción.

Te suplico me regales humildad para cambiar todo aquello que no te agrada y la perseverancia para mantenerme firme en Ti.

Amén

Puedes escuchar este canto y reflexionar en lo que has aprendido.


Me levantaré, Jésed

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