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tema 7

7. La Comunidad Cristiana

tema 7
Objetivo

Descubrir que pertenecemos a una comunidad de redimidos y que debemos vivir la Vida Nueva y la presencia del Reino como discípulos misioneros en la Iglesia.


Orientaciones del Magisterio de la Iglesia

El proceso de iniciación en la vida cristiana que comience por el kerygma, guiado por la Palabra de Dios, que conduzca a un encuentro personal, cada vez mayor, con Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, experimentado como plenitud de la humanidad, y que lleve a la conversión, al seguimiento en una comunidad eclesial y a una maduración de fe en la práctica de los sacramentos, el servicio y la misión.

Como rasgos del discípulo, al que apunta la iniciación cristiana destacamos: que tenga como centro la persona de Jesucristo, nuestro Salvador y plenitud de nuestra humanidad, fuente de toda madurez humana y cristiana; que tenga espíritu de oración, sea amante de la Palabra, practique la confesión frecuente y participe de la Eucaristía; que se inserte cordialmente en la comunidad eclesial y social, sea solidario en el amor y fervoroso misionero.

Documento Conclusivo CELAM, Aparecida, 2007: 289;292;294


El itinerario de la implantación y edificación de la Iglesia, según el Decreto Conciliar Ad Gentes, comienza por el testimonio cristiano, diálogo y presencia de la caridad, anuncio del Evangelio y llamada a la conversión, catecumenado e iniciación cristiana, formación de la comunidad cristiana, por medio de los sacramentos, con sus ministerios, de manera que la fe los discípulos sea profesada, celebrada, vivida y hecha oración.


Desarrollo del tema

Se realiza esta situación para generar diálogo con los participantes.

Situación: Has organizado una cena para celebrar un acontecimiento muy importante, pero ninguno de los invitados asistió, ¿Cómo te sentirías?

¿Qué pasaría si uno de los invitados tratara mal a los demás invitados?



Medita en los siguientes textos bíblicos (junto a la cita se agregó una pequeña exégesis del Magisterio de la Iglesia a manera de orientación).


1. El Señor nos invita a todos a participar de su banquete

Lucas 14, 15-24

La figura del banquete adquiere ahora una significación peculiar, pues le sirve a Jesús para describir el Reino de Dios. Con esta parábola explica la formación de la Iglesia como convocatoria universal a la salvación. Dios había elegido a Israel para que fuera mediador de la salvación (cfr Is 46,1ss.); pero cuando estaba ya todo preparado (v. 17) y envió a su Hijo, los primeros invitados —el Israel más digno— lo rechazaron. Por eso Dios ahora fundará su Iglesia con los despreciados de Israel (v. 21) y con los paganos (v. 23). La parábola ofrece muchas claves para el apostolado y la misión de los cristianos. La invitación de Dios exige muchas veces sacrificar intereses humanos, y habrá personas que no sean capaces de captar la grandeza de lo que Dios ofrece (vv. 16-20), pero no por eso los siervos del Señor deben dejar de empeñarse en buscar nuevos invitados porque todavía queda sitio (vv. 21-22). El evangelio reproduce una frase que puede parecer violenta: «Obliga a entrar» (v. 23). No se trata, obviamente, de violentar la libertad de nadie, sino de ayudar a decidirse por el bien, rompiendo con respetos humanos, con la ocasión de pecado, con la ignorancia: «El padre de familia, después de enterarse de que algunos de los que debían acudir a la fiesta se han excusado con razonadas sinrazones, ordena al criado: Sal a los caminos y cercados e impele (empuja) —compelle intrare— a los que halles a que vengan. ¿No es esto coacción? ¿No es usar violencia contra la legítima libertad de cada conciencia? Si meditamos el Evangelio y ponderamos las enseñanzas de Jesús, no confundiremos esas órdenes con la coacción. (…) Ese compelle intrare no entraña violencia física ni moral: refleja el ímpetu del ejemplo cristiano, que muestra en su proceder la fuerza de Dios: mirad cómo atrae el Padre: deleita enseñando, no imponiendo la necesidad. Así atrae hacia Él (S. Agustín In Ioannis Evangelium 26,7)» (S. Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 37). Se «obliga a entrar» con la oración, con el sacrificio, con el testimonio de una vida cristiana, con la amistad.


2. Jesucristo es la Verdad, por eso le creemos

En verdad, en verdad os digo que el que escucha mi palabra y cree en el que me envió tiene vida eterna, y no viene a juicio sino que de la muerte pasa a la vida. Juan 5:24

Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Juan 6:68


3. La Iglesia de Cristo, vive de la Eucaristía

Juan 6, 53-58

En esta segunda parte del discurso, Cristo revela el misterio de la Eucaristía. Sus palabras son de un realismo tan fuerte que excluyen cualquier interpretación en sentido figurado. Los oyentes entienden el sentido propio y directo de las palabras de Jesús (v. 52), pero no creen que tal afirmación pueda ser verdad. De haberlo entendido en sentido figurado o simbólico no les hubiera causado tan gran extrañeza ni se hubiera producido la discusión. De aquí también nace la fe de la Iglesia en que mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. «El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación” (DS 1642)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1376).

Tres veces (cfr vv. 31-32.49.58) compara Jesús el verdadero Pan de Vida, su propio Cuerpo, con el maná, con el que Dios había alimentado a los hebreos diariamente durante cuarenta años en el desierto. Así, hace una invitación a alimentar frecuentemente nuestra alma con el manjar de su Cuerpo: «De la comparación del Pan de los Ángeles con el pan y con el maná fácilmente podían los discípulos deducir que, así como el cuerpo se alimenta de pan diariamente, y cada día eran recreados los hebreos con el maná en el desierto, del mismo modo el alma cristiana podría diariamente comer y regalarse con el Pan del Cielo. A más de que casi todos los Santos Padres de la Iglesia enseñan que el “pan de cada día”, que se manda pedir en la oración dominical, no tanto se ha de entender del pan material, alimento del cuerpo, cuanto de la recepción diaria del Pan Eucarístico» (S. Pío X, Sacra Tridentina Synodus, 20-XII-1905).


4. Unidos a los apóstoles y a nuestra Madre santísima

Hechos 1, 12-14

El escritor sagrado destaca la presencia de María entre los Apóstoles. La Tradición, al contemplar y meditar este cuadro, ha concluido que en él aparece la maternidad que la Virgen ejerce sobre toda la Iglesia, tanto en su origen como en su desarrollo: «En la economía de la gracia, actuada bajo la acción del Espíritu Santo, se da una particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es María: María de Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén. En ambos casos su presencia discreta, pero esencial, indica el camino del “nacimiento del Espíritu”. Así la que está presente en el misterio de Cristo como Madre, se hace —por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo— presente en el misterio de la Iglesia. También en la Iglesia sigue siendo una presencia materna» (S. Juan Pablo II, Redemptoris Mater, n. 24).


5. La primera comunidad cristiana

Hechos 2, 42

Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.


Éste es el primero de los tres sumarios que se recogen en los capítulos iniciales del libro (cfr 4,32-37 y 5,12-16). Al comienzo (v. 42), describe en términos sencillos lo más esencial de la vida ascética y litúrgico–sacramental de los primeros cristianos: «Esta secuencia de actos es típica de la oración de la Iglesia; fundada sobre la fe apostólica y autentificada por la caridad, se alimenta con la Eucaristía» (CEC 2624). La «doctrina de los Apóstoles» es la instrucción habitual impartida a los nuevos convertidos. No es el anuncio del Evangelio a los no cristianos, sino una catequesis cada vez más ordenada y sistemática en la que se explican a los discípulos las verdades fundamentales de la Fe —lo que poco después se recitará en la Iglesia como Profesión de fe, Símbolo o Credo—, que debían ser creídas y practicadas para la salvación. La catequesis, que es una constante predicación y explicación del Evangelio «hacia adentro», aparece en el mismo comienzo de la Iglesia. «Evangelizadora, la Iglesia empieza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y trasmitida, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor» (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, n. 15). La «comunión» se refiere a la unión de corazones operada por el Espíritu Santo. Tal unidad se consolida en los discípulos al vivir y sentir su fe como un bien común, concedido, en Jesucristo, por Dios Padre (cfr Ga 2,9). En esta comunidad de afectos radican las disposiciones de desprendimiento que llevan en su momento a la renuncia generosa de los propios bienes en beneficio de los necesitados (vv. 45-46): «Esta pobreza y este desprendimiento voluntarios cortaban de raíz el principio egoísta de muchos males, y los nuevos discípulos demostraban haber entendido la doctrina evangélica» (S. Juan Crisóstomo, In Acta Apostolorum 7). La «fracción del pan» (v. 42) es uno de los nombres de la Sagrada Eucaristía. Se le denomina así, «porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cfr Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre todo en la última Cena (cfr Mt 26,26; 1 Co 11,24). En este gesto los discípulos lo reconocerán después de su resurrección (Lc 24,13-35), y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cfr Hch 2,42.46; 20,7.11). Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con Él y forman un solo cuerpo en Él (cfr 1 Co 10,16-17)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1329). Convive con otros nombres, como «Eucaristía», que subraya la idea de acción de gracias (cfr Didaché 9,1). La Santa Misa y la comunión eucarística constituyen desde Pentecostés el centro del culto cristiano. Las «oraciones» son probablemente los salmos y los himnos con que se acompañaba la celebración de la Eucaristía. La consignación del artículo y el plural connotan que se trataba de oraciones determinadas. Los cristianos acuden al Templo de Jerusalén, porque es inicialmente uno de los centros de su vida litúrgica y de oración (v. 46). El Templo era para ellos la casa de Dios; sin embargo, no era el único lugar donde se reunían para la oración y el culto. Cuando el texto afirma que «partían el pan en las casas» (v. 46), se refiere probablemente a la fracción del pan apuntada antes (v. 42): la comunidad cristiana de Jerusalén —igual que las comunidades fundadas después por San Pablo— no posee todavía un edificio específico para las reuniones litúrgicas; lo hace en casas privadas, en lugares dignos. La construcción de edificios solamente para el culto no comenzará hasta el siglo III.


6. Somos la familia de Cristo

Mateo 12, 48-50

Quienes aceptan a Jesús y hacen la voluntad de Dios Padre son considerados por Él como de su propia familia. No sin razón, Jesús no habla de Dios, o del Padre de los cielos, sino de «mi» Padre que está en los cielos (v. 50): «Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir» (CEC 2233).


7. Somos Comunidad Cristiana

La primera invitación que Jesús hace a toda persona que ha vivido el encuentro con Él, es la de ser su discípulo, para poner sus pasos en sus huellas y formar parte de su comunidad. ¡Nuestra mayor alegría es ser discípulos suyos! Él nos llama a cada uno por nuestro nombre, conociendo a fondo nuestra historia (cf. Jn 10,3), para convivir con Él y enviarnos a continuar su misión (cf. Mc 3,14-15).

¡Sigamos al Señor Jesús! Discípulo es el que habiendo respondido a este llamado, lo sigue paso a paso por los caminos del Evangelio. En el seguimiento oímos y vemos el acontecer del Reino de Dios, la conversión de cada persona, punto de partida para la transformación de la sociedad, y se nos abren los caminos de la vida eterna. En la escuela de Jesús aprendemos una “vida nueva” dinamizada por el Espíritu Santo y reflejada en los valores del Reino.

Identificados con el Maestro, nuestra vida se mueve al impulso del amor y en el servicio a los demás. Este amor implica una continua opción y discernimiento para seguir el camino de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-26). No temamos la cruz que supone la fidelidad al seguimiento de Jesucristo, pues ella está iluminada por la luz de la Resurrección. De esta manera, como discípulos, abrimos caminos de vida y esperanza para nuestros pueblos sufrientes por el pecado y todo tipo de injusticias.

El llamado a ser discípulos-misioneros nos exige una decisión clara por Jesús y su Evangelio, coherencia entre la fe y la vida, encarnación de los valores del Reino, inserción en la comunidad y ser signo de contradicción y novedad en un mundo que promueve el consumismo y desfigura los valores que dignifican al ser humano. En un mundo que se cierra al Dios del amor, ¡somos una comunidad de amor, no del mundo sino en el mundo y para el mundo! (cf. Jn 15,19; 17,14-16).

La fidelidad a Jesús nos exige combatir los males que dañan o destruyen la vida, como el aborto, las guerras, el secuestro, la violencia armada, el terrorismo, la explotación sexual y el narcotráfico. (Documento Conclusivo Aparecida, CELAM)

La Comunidad es el lugar donde se vive el Reino de Dios. Es donde mostramos que todo lo que anunció Jesús se puede vivir. (El Kerygma, C. Castricone)


Para finalizar

Reflexiona en las siguientes preguntas:

  1. ¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?

  2. ¿Qué talentos te ha dado el Señor?

  3. ¿Te gustaría poner tus talentos al servicio de la Iglesia?

  4. ¿Qué actitudes consideras necesarias para llevarte bien con los demás en la Comunidad?

Luego se realiza la siguiente oración:


¡Cuántas maravillas has hecho, Señor, mi Dios, cuántos proyectos en favor nuestro! Nadie se te puede comparar. Yo quisiera publicarlas y contarlas, pero son demasiado para enumerarlas.

No quisiste sacrificios ni ofrendas- lo dijiste y penetró en mis oídos- no pediste holocaustos ni víctimas.

Entonces dije: "Aquí estoy, de mi está escrito en el rollo del Libro.

He elegido, mi Dios, hacer tu voluntad, y tu Ley está en el fondo de mi ser".

Publiqué tu camino en la gran asamblea, no me callé, Señor, tú bien lo sabes.

No encerré tus decretos en el fondo de mi corazón: proclamé tu fidelidad y tu socorro. No oculté tu amor y tu verdad en la gran asamblea.

¡Tú, Señor, no me niegues tu ternura, que tu amor y tu verdad me guarden siempre!

Salmo 40:6-12


¡Alabo tu grandeza y los favores que has hecho por mi!. Me has creado y me has rescatado de la muerte por medio de Jesucristo para darnos una vida nueva.

Puedes escuchar este canto mientras reflexionas en lo aprendido.




Heme aquí, Mons. Marco Frisina

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